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10 julio, 2010

La fuerza de los débiles.

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Ofelia, 36 años, Las Rozas, perdió a su padre hace 14.
Ganó un marido.
Un guardián.
Un compañero.
Un mecenas.
Y hasta un hijo.

Tiene aún más apoyos: amigos.
Y los padres de él, cuando los visitan, también es para verla a ella.

"Es muy buena", él dice.

No trabaja.
Tampoco en casa: tiene empleada.

Prepara una tesis que jamás acaba.
Vive en el chalet que su marido paga.
Como paga su coche, su manutención, su ropa, las comidas los domingos,
y las demás fiestas juntos.
Las celebraciones sociales.
Los tacones. Los vestidos.
Kanebo y Pilates.
La depilación definitiva, los drenajes.


Porque es débil.
Tiene una gran dependencia económica y emocional de él.


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Ana, 36 años, Vicálvaro, perdió a su padre hace dos años.
Casi también a un hermano.

Perdió la esencia.
La autoestima.
La esperanza.
La Vida.
Los escasos lazos familiares.

Ya no tenía amigos.

Ganó tres perros.

Tiene diecisiete días para encontrar ingresos suficientes.
Para mudarse de casa.
Para mágicamente, conseguir que alguien le alquile sin aval, sin trabajo, sin garantías. Con nada.

Su sexmante así lo resuelve: "te metes en una habitación. Dejas a los perros unos meses en una protectora de animales. Haces muchas entrevistas. Trabajas sin parar."


Porque es fuerte.
Ha podido con todo, y eso que apenas le ha contado nada.

Él no entiende, pero pretende.
Es más que suficiente.

Ana sonríe.
Triste, como siempre.

Sonríe...

porque claro,

ella,
ella es fuerte.

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