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Se baja del coche.
Camina a refugiarse entre la sombra, aún de noche,
de los árboles que la protegen,
y ahora que ya él ya no alcanza a verla,
las lágrimas empapan la piel de su cuello,
su pecho...
Lo ama.
Zeg no deja de gritarle lo mal que hace todo, lo mucho que le destroza, le enerva, le desquicia, le pone en evidencia.
Le escupe que no la soporta más, porque la ha rogado, sin éxito y hasta la saciedad, cosas que ella jamás cumple.
Él la ha pedido que no sea ella.
Por ejemplo.
Simone sólo pretende hacerle feliz.
Como siempre.
Y como siempre, lejos de conseguirlo, le hace sentir su existencia aún más desgraciada.
Ella calla.
Anulada, destrozada, silenciado las lágrimas a punto de desbordarse, se pregunta para qué existe.
Pero si Zeg simplemente una tarde le es amable, a ella le vale.
Pues en cada encuentro, perdido entre gritos, siempre la aniquila recordándole lo horrible y estúpida que es.
Porque Simone se cree tan fuerte que prefiere que él se desahogue a que enferme.
Porque ella, sólo ella, entiende su dolor.
Sabe que él se victimiza, pero que lleva razón.
Es víctima de una tremenda injusticia: la Vida.
Es víctima de un terrible vacío: el de la Muerte.
Pero ella sólo lo hunde más con su torpeza inherente.
No piensa. No es inteligente.
...
La madre en una esquina del salón, en silencio, como ausente,
cual anciana abandonada,
pero tan presente,
...llamando la atención, a ojos de todos, con un mensaje evidente:
"mirad qué mal me tratan mis hijos".
Y Simone se aterra al contemplar en semejante espejo, lo que hace la desesperación de la soledad más cruenta.
Por eso esta tarde había decidido ir a verle.
Única salvación, distraerse.
Elecciones erróneas constantes nacidas de esa misma desesperación.
"Eres un caso perdido. Salte".
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Photo: Dayanita Singh. .